El loco del cigarrillo

Podría ser Juan, Patricio, Pablo, Guillermo o Sebastián; o, Paolo, Lautaro o Hernán. Se podría llamar de mil maneras. Podrías ser vos o podría ser yo. Tu primo, mi hermano, el papá del verdulero. También podría ser mujer, llamarse Viviana, Jimena o Marián; podría ser tu hermana o mi mamá. Pero no. No sabemos el nombre y sin embargo es todos nosotros, es uno más, es el loco del cigarrillo.

El personaje en cuestión es de un barrio humilde del primer cordón del conurbano bonaerense. A simple vista una persona común y corriente, normal. Siempre luce vestido con ropa limpia, siempre con su cuerpo aseado. Camina todo el tiempo por la avenida principal, desde la media mañana hasta bien entrada la tarde. En época invernal llega a ver el cielo sin luz solar, en el verano antes de eso vuelve a su hogar. Deambula, o al menos eso parece, observando la gente y cuando encuentra alguna persona fumando, ya sea parada o caminando a paso lento hace su gracia y suelta su pregunta existencial: ¿me convidás un cigarro?
Su pregunta es cortés, casi casual, está cargada de energía y siempre acompañada con el gesto de los dos deditos acercándose a la boca, y tiene algo fundamentalmente particular: nadie se puede negar. Este resultado victorioso, positivo, no se debe a que se  trate de ese tipo de pregunta que suena a apriete, dado que el loco no es amenazante, ni violento; tampoco se debe a que parezca estar mendigando y el sentimiento de lástima realice su accionar. Imagino que es un sobre volar de una posible amistad, una cercanía intangible, un estilo de hermandad vecinal; no lo sé. La realidad es que todos, prácticamente todos, los que reciben aquella pregunta devuelven gustosos una respuesta afirmativa y convidan dichosos un cigarrillo.
Claramente la circunstancia descrita no es merecedora de una narración y mucho menos aun el loco es merecedor de tal adjetivo por el mencionado comportamiento. Cualquier fumador conoce los riesgos de estar fumando parado en la vía pública o de caminar a paso cansino disfrutando un pucho. El pedidor de cigarrillos siempre anda por allí suelto, expectante; no descansa. El pedidor de cigarros transeúnte es el peor de la especie de pedidores de cigarros. Este tipo de pedidor no discrimina: No le hace asco ni a rubios, ni morochos, ni mentolados. El pedidor de cigarros laboral, el familiar o el de boliche o bar es mucho más tiernito, cualquier fumador sabe que ese tipo de pedidor es muy difícil de evitar y sólo puede esquivarse fumando y ofreciendo un Parisienne; el pedido latente se cancela en cuanto el fumador le muestra un parucho y es por esa simple razón que todo fumador alguna pasó por el vicio de fumar el fuerte cigarrillo negro. Sin embargo, el transeúnte no tiene obstáculos, el transeúnte no se niega ni siquiera a la asquerosidad de compartir una seca con un total desconocido. Normalmente este tipo de pedidor recibe una respuesta negativa, su porcentaje de efectividad es muy bajo y eso se debe a que no existe un lazo de afinidad previo con el mangado y tampoco compartirán el espacio en común por un tiempo prolongado. El loco del cigarrillo es transeúnte pero sin embargo tiene la efectividad del familiar. Eso sin dudas lo hace especial y la narración adquiere cierta posibilidad de existencia, pero la aplicación del adjetivo de loco aún dista de ser tal.
Lo realmente extraño de este personaje es que la actividad realizada de forma ininterrumpida en el tiempo mencionado, la actividad del mangazo constante, tiene una particularidad: pide el pucho, se lo dan, gira noventa grados y se va en la misma dirección en la que se lo vio llegar. Es decir, lo digo distinto porque quizás no se entendió: el loco del cigarrillo pide un pucho a un perejil que está fumando en paz, el tipo ante el encantamiento intangible e inentendible del mangador, accede al pedido, da su cigarrillo, y es ahí cuando el loco agarra el pucho da la vuelta y se va por el mismo lugar del que provino. El loco al terminar de dar la vuelta enciende el cigarrillo y comienza (o recomienza) con la actividad que lo hace merecedor de pertenecer a este mundo: fumar. Este acto de encender el cigarrillo lo realiza siempre y cuando al momento de pedirlo se encontraba sin otro cigarrillo disponible. He podido observar que el loco del cigarrillo normalmente pide uno aun cuando no ha terminado el anterior; así y todo la respuesta de su interlocutor es positiva y lo único que varía es la cara de asombro de la persona mangada. En el caso de que el loco quede sin cigarrillos, pude comprobar de manera casi estadística que suele conseguir el siguiente como mucho a las cuatro o seis cuadras y lo único que varía en su actitud es que visiblemente su paso es más acelerado. Volvamos a atender la cuestión importante: el loco agarra el pucho, gira y vuelve por el mismo lugar.
A lo mejor usted del otro lado de este texto, sentado tomando mate, caminando con su celular, haciendo tiempo mientras le reparten una mano en Poker Star, no consigue tener dimensión cierta de lo que estoy diciendo. Este señor (y llamémoslo así porque es merecedor de dicho título dado que ejecuta lo suyo como ningún otro ser terrestre) realiza esta actividad de forma ininterrumpida, de modo que luego de conseguir un cigarrillo y luego de prenderlo sigue su andar. A las pocas cuadras cuando está terminando de fumar, comienza a prestar atención nuevamente de todo lo que tiene en rededor en busca de su próxima víctima o, para decirlo de forma más exacta, de su próximo socio. Y me detengo a aclarar lo de socio porque son varios los fumadores del barrio que tienen un porcentaje de su atado destinado al loco, y digo específicamente al loco porque he visto a esos mismos fumadores negarse a otros pedidores transeúntes y los he visto siempre sucumbir ante el encanto del loco. Pero sigamos, no nos frenemos en este detalle que seguramente fue para usted fácil de imaginar, más aún si usted es fumador. El señor loco del cigarrillo luego de pedir un cigarrillo vuelve por el camino que vino y, como es su actividad una actividad de tiempo completo, a las pocas cuadras se ve nuevamente en la posición de solicitar nuevamente la materia prima necesaria. El mangador vuelve a pedir y una vez que del mangado obtiene su cometido vuelve a repetir la acción ejecutada frente al mangado anterior: sí, gira noventa grados y vuelve en la dirección por la que se lo vio llegar.
Es el circuito del loco. El circuito del loco es la cosa que lo hace merecedor de su título. Este trayecto es lo único que en la vida del loco varía. No varía por cantidad de kilómetros final, tampoco por variación del lugar de largada o de la meta final; varía digamos por su cantidad de curvas y contra curvas. El trayecto de conseguir un pucho hasta conseguir el siguiente es lo alterable. En ocasiones puede ir seiscientos metros al norte y luego cuatrocientos al sur lo que provoca que se encuentre en este preciso instante doscientos metros al norte del lugar inicial. De esa forma, el loco va desplazándose por la ciudad, por la avenida. Un poco para allá, un poco para acá. Siempre de norte a sur porque la avenida está dispuesta de esa forma en relación al Ecuador. Lo más llamativo de todo es algo que mencioné pero que no resalté demasiado: siempre regresa al mismo lugar. En ocasiones una persona puede toparse con el loco a veinte o treinta cuadras de la casa del mismo, de la meta de largada del loco. Sin embargo, al final de la rutina, nuestro personaje, cuando apenas se fue el sol en invierno o cuando está por hacerlo en el verano, al final de su rutina siempre llega a la meta final, al lugar desde donde largó, a su casa; al final del circuito. Por lo tanto, debemos aceptar en este momento que el loco tiene un sistema, un sistema tan loco que sólo un loco puede entender y aún más desarrollar.
Al finalizar su rutina el loco regresa a su casa. Allí dentro imagino (jamás entré aunque mi instinto humano de curiosidad lo desea fervientemente) inicia un estado de reposo. Un reposo en el cual cumple con sus necesidades más básicas, sus necesidades animales: comer, ir al baño (aunque dicho así es más humano que animal) y dormir. Descarto que el loco del cigarrillo fume dentro de su casa, ese lugar puedo casi asegurar que es libre de humo. Para realizar dicha afirmación me baso en que jamás lo vi en un kiosco comprando un atado de puchos o pidiendo a sus mangados una ración de reserva. Asimismo y para ser más exacto, jamás lo vi entrar a un comercio a comprar ni comida, ni cualquier cosa. El loco come de viandas que los vecinos le dejan en la entrada de su casa y se suministra de productos de limpieza desde los mismos proveedores. Nótese aquí que es un ser muy querido en el barrio y que hasta los perros lo respetan dado que jamás con su comida se meten y mucho menos se disponen a utilizar su pasta de dientes. Sus necesidades están cubiertas con eso. Desconozco cómo paga sus impuestos pero soy testigo que los servicios públicos (si a esta altura del mundo pueden llamarse así) están presentes en su hogar, al menos por las noches cuando se pueden ver sus ventanas iluminadas. Incluso a fin de mes nadie lo viene a desalojar; por lo tanto, es propietario o es un ocupa, y de una manera u otra no jode a nadie que de ese lugar lo quiera echar. Evidentemente allí dentro su vida se desarrolla de forma normal. No sé qué actividades desarrollará pero es muy poco probable que este caminando todo el tiempo desde la punta norte de su casa a la punta sur pidiéndole cigarrillos a dos personas dispuestas en esos puntos geográficos. Quizás juega al solitario, quizás tiene internet y Facebook, a lo mejor mira la televisión y la información lo hace un  gorila Neanderthal o quizás no tiene tele y es un ser pensante racional. Lo que puedo asegurar es que dentro de su casa entra en reposo, realiza sus necesidades y al otro día vuelve a su rutina normal. 
Se repite así día tras día y de esa forma desarrolla su existencia finita en este planeta. Dicho así no parece muy distinta su vida a la de cualquier otro ser humano dentro de este mundo capitalista y mercantilista. Podríamos volver a describirlo en este cierre como una persona común y corriente, normal.
No tengo idea de cómo se llama. Podría ser Juan, Patricio, Pablo, Guillermo o Sebastián; o, Paolo, Lautaro o Hernán. Se podría llamar de mil maneras. Podrías ser vos o podría ser yo. Tu primo, mi hermano, el papá del verdulero. También podría ser mujer, llamarse Viviana, Jimena o Marián; podría ser tu hermana o mi mamá. Pero no. No sabemos el nombre y sin embargo es todos nosotros, es uno más, es el loco del cigarrillo.



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